Contra la democracia

| Por: Alexander Martínez Rivillas* |

 

No hay democracia en estricto, ni puede haberla. Se trata de una ideología maximalista y manipuladora, además de tener un hondo calado metafísico. Desde Platón y Aristóteles, pasando por Voltaire y Rousseau, hasta el anarquismo en general y los actuales trabajos del politólogo Brennan o del filósofo español Gustavo Bueno, por mencionar dos extremos interpretativos, coinciden en estas nociones de la democracia.

 

Resumidamente, la democracia empieza con el equívoco de su propia expresión: “demos” fue más un barrio o una parroquia de una ciudad griega, que una referencia al pueblo como una totalidad demográfica y participante del debate político. La democracia siempre ha sido excluyente tanto en el sentido externo como en el sentido interno del fenómeno. En el primero, ha delimitado, en varios momentos de su historia, el grupo de los que pueden votar, empezando por la obligación de tener cierto patrimonio y de ser varón. A hoy, la democracia delimita insidiosamente el grupo de votantes imposibilitando el acceso de los votantes a la urna, como distribuyendo mesas insuficientes en un territorio intransitable, o imponiendo horarios de votación restrictivos para los trabajadores o, simplemente, evitando que el periodo de elecciones se extienda por días o por métodos virtuales.


En el sentido interno, las cosas democráticas se ponen peor: la gente vota libremente, pero una condición fuerte: vota por el que puede votar y por el que le conviene votar, parafraseando la definición de libertad de Rousseau. El pueblo vota en medio de enormes restricciones subjetivas o personales: elige a un candidato por las consabidas dádivas, o por las presiones de empleadores, de patrones, de partidos, etcétera, sin dejar de mencionar la masiva propaganda manipuladora y engañosa a la cual está sometido. Pero, lo que es más grave aún, vota en función no de su libre autodeterminación, sino en función de las presiones de las élites políticas o económicas, o sea, no hay una amplia pluralidad de votantes libres, sino que en el fondo hay un reducido grupo de votantes encumbrados en el poder que votan masivamente a través del pueblo. En efecto, los que votan libremente representan una minoría, y esto no quiere decir que todos lo hacen conociendo la complejidad de todas propuestas del candidato.

 

Las presiones externas e internas ejercidas sobre el votante caracterizan a la democracia en general. Cuando un “líder carismático” logra seducir al pueblo por fuera de los planes de las élites, lo que sucede es una simple excepcionalidad en el sistema. Sin embargo, esta anomalía democrática suele exponer una panoplia infinita de promesas que terminan traduciéndose en apoyos masivos. Estos casos tienden a darse en contextos de crisis sociales profundas o en situaciones de crisis de los partidos hegemónicos. Desde luego, el tema relativo a si los políticos ejecutan o no las inversiones sociales prometidas es otro debate. En últimas, todas las ejecutorias terminan en las tres únicas opciones posibles, ya estudiadas por la teoría de las políticas públicas: resolver los problemas, ralentizar las soluciones o no hacer nada. Así es, lo que más caracteriza la agenda de gobierno en Colombia es eso: no hacer nada, o sea, desplegando una publicidad insoportable de lo que no sea hará en el fondo. Al final del día, las elecciones y el supuesto debate racional previo a ellas, termina garantizando el delicado balance entre los grupos que ejercen el poder y el pueblo llano dominado, que goza o no de algunas pequeñas cuotas de bienes públicos.     

 

El anarquismo ha rescatado la democracia como democracia directa y no delegataria de nada (lo que dudo ya que tenga que ver con la esencia de la democracia, pues ya se trata de una “isegoría”, la asamblea de todos). Una relectura del fenómeno prometedora, pero que solo es funcional en pequeños “espacios de autonomía”, como suelen decir. Lo más interesante del hechizo democrático es que ha “zombificado” a toda suerte de filósofos, de intelectuales y de docentes universitarios, lo que en principio no debería ser fácil entre una población “letrada”.

 

A escala doméstica quisiera mencionar unos casos de actualidad. En una universidad como la del Tolima, en lugar de estimular la democracia directa, se extiende el representacionismo democrático. La democracia no es vinculante, y se evita a toda costa que lo sea. En fin, los votos se manipulan a través de las restricciones internas a la democracia, ya mencionadas. En el Líbano, Tolima, la empresa de servicios públicos exige a sus empleados asistir a las manifestaciones políticas, y los trabajadores del hospital de la ciudad no pueden expresar sus apoyos a otros candidatos, y los que lo han hecho han perdido sus empleos. Y bueno, hay que decirlo, detrás de los anteriores diseños de manipulaciones masivas del elector, está el barretismo. Pero cuidado, también lo estuvo el jaramillismo en sus años de gloria. Mientras tanto el Tolima se cae a pedazos, y los problemas públicos son esencialmente los mismos desde hace décadas. Otra prueba lacónica de que la democracia, así concebida, no ha dejado de ser una ficción aparatosa.    

 

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima 

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