‘Cien años de soledad’, de Netflix: una serie que muestra un Macondo de belleza vacía, sin corazón ni pasión ni épica


 | Por: Winston Manrique Sabogal / Wmagazín |

 

El estreno de la serie de televisión basada en la obra maestra de Gabriel García Márquez es una producción irregular: estas son las diez claves, de lo mejor a lo peor.


La adaptación de Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez, a serie de televisión por parte de Netflix, es la prueba de que la belleza visual sin corazón y sin alma es una belleza vacía. Sin la capacidad de transmitir emoción y despertar pasiones, sobre todo en una historia como esta, llena de turbulencias y movimientos tectónicos. La belleza no es solo para ver, es sobre todo, para sentir. Y los creadores de la serie, jugando con una idea del Nobel colombiano en la propia novela, olvidaron que las cosas tienen un ánima y hay que despertarla.

 

La obra maestra de García Márquez (Colombia, 1927 – México, 2014), fue publicada en 1967. Esta adaptación audiovisual de 2024, dirigida por Alex García López y Laura Mora, consta de dos partes, de ocho capítulos cada una, la segunda se emitirá en abril de 2025. La serie cuenta con el respaldo y producción ejecutiva de los hijos del escritor Rodrigo (director de cine) y Gonzalo (ilustrador) García Barcha. Esta versión de Netflixe se puede resumir en diez puntos:

 

Lo mejor: la recreación visual de Macondo, hacer visible y creíble el pueblo fundado por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán a mediados del siglo XIX.

 

Lo increíble: la falta de épica de la propia historia y de pasión y nervio de personajes y escenas, salvo unas pocas.

 

Lo peor: la falta de intensidad y matices de las voces de la mayoría del elenco (incluso el acento caribeño colombiano no está unificado) y la voz del narrador, desmayada y plana, que lee pasajes clave de la novela como eslabones de la narración; salvo Úrsula Iguarán de muy mayor, interpretada por Marleyda Soto.

 

Lo triste: la falta de química entre las parejas sentimentales y sexuales que, precisamente, es una de las características del universo macondiano, salvo Pilar Ternera, interpretada por Viña Machado.

 

Lo lamentable: la falta de pasión y sensualidad de los personajes en una historia cuyo detonante es la condena a la falta de amor y el miedo a procrear iguanas o criaturas con cola de cerdo.

 

Lo bonito: escenas como la lluvia de florecitas amarillas tras la muerte del patriarca José Arcadio o la señal que recibe Úrsula tras la muerte de su hijo José Arcadio, con ese hilo de sangre que parte de él y serpentea por todo el pueblo hasta llegar a los pies de su madre.

 

Lo descuidado: algunas costuras de los decorados que parecen de mentira, como el castaño de la casa de los Buendía que parece comprado en Carrefour o Home center.

 

Lo acertado: la incorporación de los hechos extraordinarios de manera natural y cotidiana, como sucede en la novela.

 

Lo destacable: sirve como buen resumen para quienes no hayan leído la novela.

 

La alternativa: ver esta Cien años de soledad doblada al inglés, al francés, al italiano o al portugués con subtítulos y sentir cómo las voces de los actores de doblaje en esos idiomas insuflan vida, emoción, intensidad y épica.

 



 

Digo todo esto teniendo claro que cada expresión artística tiene unas necesidades y recursos concretos para transmitir lo que el creador desea compartir de su obra. No puedo comparar si es mejor un disco que un cuadro, o una película que un libro, o una obra de teatro que una escultura… Y si hay una valoración de la traslación, trasvase o adaptación de una obra a otro arte debe hacerse a partir de las reglas del juego del mismo y de los objetivos que se proponga dicha versión. Aclaro esto porque en el caso de la adaptación de Cien años de soledad el resultado me parece irregular. No solo como formato televisivo autónomo bajo sus propias coordenadas audiovisuales, sino también como inevitable comparación con la novela, debido a que la propia serie se encarga de que así sea al tener a su lado el libro como reclamo, guía, salvavidas, muleta y amuleto.

 

Empecé a ver la serie y me gustaba lo que mis ojos veían, los Buendía y Macondo cobraban vida creíble más allá de cómo yo los había imaginado, desde mi juventud. Pero había algo que no me llegaba, no me emocionaba. Inquieto, y hasta molesto conmigo mismo porque no terminaba de entrar en este Macondo audiovisual, empecé el segundo capítulo y esa sensación se acrecentaba. Me detuve para analizar qué podía ser y descubrí y confirmé lo siguiente:

 

La belleza, per se, no basta. No es suficiente la recreación acertada de Macondo, del diseño artístico, de los escenarios urbanos y paisajísticos, a veces como una sucesión de postales que terminan empachando ante la presunta belleza; ni que los actores y actrices sean colombianas con sus acentos caribeños, en busca de ser lo más fiel posible y en consonancia con la obra original; porque esas voces carecen de alma. De la misma manera que el éxito de la traducción de un libro a otro idioma no es por hacerlo palabra a palabra, y de manera literal, sino buscando las expresiones correctas en ese nuevo idioma y dando con su interpretación para captar su espíritu. En una adaptación audiovisual ocurre algo parecido, incluso se tiene más libertad, porque los creadores pueden hacer una versión libre o centrarse en un aspecto de la pieza original o traicionar la literalidad de la obra para ser fiel al alma de la misma. O arriesgar con una versión más heterodoxa.

 

La serie de televisión Cien años de soledad cumple con un objetivo: llegar a quienes no han leído la novela clásica de Gabriel García Márquez. Servir de resumen audiovisual en su argumento escueto, que aun así es atractivo. Pero Cien años de soledad no está hecha solo de imágenes de los aspectos visibles de su mundo, personas, casas, paisajes, etcétera, sino que esa vida la insuflan las combinaciones milagrosas de palabras que crean oraciones únicas de gran resonancia y belleza. En la versión en que fue rodada la serie esto apenas existe. Pero está la opción, como ya he dicho, de verla en otro idioma con subtítulos. Una vía de recuperar al narrador, Aureliano Babilonia, con el tono hipnótico, sentencioso, omnisciente y épico de García Márquez. Porque Cien años de soledad es voz que entra en la cabeza e imaginación del lector, aquí del oyente para mostrar los juegos de palabras creados por el Nobel colombiano, cuyo realismo mágico no está tanto en los hechos extraordinarios allí contados, sino en la magia de sus combinaciones de palabras que las dotan de ánima, alma y ángel y que hacen que todo sea verosímil.

 

 El coronel Aureliano Buendía es conducido a su fusilamiento. /WMagazín

 

Prueben a hacer el ejercicio de ver esta adaptación audiovisual en otro idioma distinto al español con subtítulos y verán cómo la serie se levanta del mundo terrenal y lleno de costuras visibles en la que está rodada, como lo hace el padre Nicanor de la novela. Son voces más convincentes envueltas en magia.

 

Es una paradoja, y nunca se me pasó por la cabeza decir que Cien años de soledad suena mejor en una lengua distinta a la que fue escrita.


Viaje al Macondo real y los lugares que inspiraron a García Márquez

 


 


Publicada en 1967, la historia de la familia Buendía en Macondo nunca se había llevado al cine o la televisión porque el Nobel colombiano siempre dudó de su buen resultado. Las razones las explicó en un comunicado su hijo Rodrigo: «Durante décadas, nuestro padre se mostró reacio a vender los derechos cinematográficos de Cien Años de Soledad porque creía que no podía hacerse con las limitaciones de tiempo de un largometraje, o que producirlo en un idioma diferente al español no le haría justicia».

 

Según Rodrigo y Gonzalo García Barcha, los tiempos han cambiado y creen que «en la actual edad de oro de las series, con el nivel de escritura y dirección de talento, la calidad cinematográfica del contenido y la aceptación por parte del público mundial de programas en idiomas extranjeros, no podría ser un mejor momento para realizar una adaptación para la extraordinaria audiencia global que Netflix proporciona». No se sabe que piensan del resultado final.

 

El origen del universo de Macondo es en 1955. Ese año Gabriel García Márquez (1927-2014) publicó dos obras en las que aparece el nombre de Macondo: en la novela La hojarasca y, sobre todo, en el cuento que lleva la palabra en su título, Isabel viendo llover en Macondo. En ambas narraciones ya se vislumbra lo excepcional de aquella región y sus pobladores que habían de entrar en la mitología literaria en 1967 en Cien años de soledad. Es un lugar inspirado en el pueblo de Aracataca y sus alrededores en la costa caribe colombiana donde nació el escritor, el 6 de marzo de 1927. El siguiente es un vídeo de WMagazín sobre Aracataca, el pueblo de García Márquez, y los lugares que le inspiraron Cien años de soledad:




Publicar un comentario

0 Comentarios