¿Por qué un desplome en la bolsa afecta a tu empleo, a tus ahorros y a tu vida diaria?" El ciudadano corriente se pregunta, con razón, por qué este terremoto de cifras y pantallas de las bolsas de Wall Street o Frankfurt debería preocuparle. La respuesta es simple: las bolsas no son solo un espectáculo de números rojos, son una radiografía brutal del poder económico mundial. La caída de las bolsas no es un espectáculo lejano. Es un temblor que sacude los cimientos de nuestra vida cotidiana: empleo, pensiones, precios... Todo tiembla cuando los capitales especulativos entran en pánico.
| Por: Cándido Gálvez / Canarias |
La situación que esta semana se ha producido en los mercados bursátiles no ha caído del cielo ni es un castigo de Dios, aunque a una minoría le complaciera que lo creyéramos así.
La cuestión es que lo que ahora ha sucedido se fue cocinando a fuego lento durante años, hasta que la olla estalló. Todo empieza con la profundización de las desigualdades globales y la hiperconcentración del capital en pocas manos, como bien nos muestran los análisis económicos críticos. Después de la pandemia, las economías quedaron debilitadas, con deudas disparadas y una recuperación muy desigual. Los gobiernos inyectaron dinero a raudales para mantener a flote a las grandes empresas, mientras los trabajadores terminaron pagando la factura con inflación y pérdida de poder adquisitivo.
A este escenario se le ha venido a sumar la guerra comercial declarada por Estados Unidos, especialmente contra China, pero también contra otros países. Trump desató una escalada arancelaria que ha sacudido a las cadenas globales de suministro, elevando costes de producción y frenando el comercio mundial.
"Las bolsas son el termómetro enfermizo que mide la fiebre del capital."
Como si fuera poco, los Bancos centrales, que antes inyectaban liquidez para calmar los ánimos, ahora se muestran indecisos, atrapados entre controlar la inflación o sostener los mercados. Los inversores, nerviosos, olieron el miedo y empezaron a deshacer posiciones. El resultado: un pánico bursátil que no es otra cosa que el reflejo de las contradicciones profundas de este sistema económico.
¿Qué son las bolsas?
Las bolsas de valores son, en esencia, los grandes mercados donde se compran y venden acciones de empresas, bonos del Estado, materias primas como el petróleo, y otros productos financieros que, para decirlo claro, representan las apuestas del capital sobre el futuro.
Podemos imaginar las bolsas como un gigantesco casino, pero con una diferencia clave: en este casino no juegan solo los ricos por diversión, sino que se decide la financiación de empresas, la estabilidad de los gobiernos y, a fin de cuentas, la vida diaria de millones de trabajadores.
"Cada desplome en la bolsa se traduce en despidos, recortes y vidas truncadas."
Cada acción que se negocia allí es una pequeña porción de propiedad de una empresa. Quien compra espera que esa empresa crezca y reparta beneficios, o que sus acciones aumenten de valor para luego venderlas más caras. Hasta aquí, el juego podría parecer algo inocente, casi una sana competencia económica.
Pero la cuestión no es tan sencilla. Las bolsas son un reflejo del dominio del capital financiero sobre la economía real. Los movimientos especulativos que allí se producen no están motivados por el desarrollo productivo o el bienestar de la sociedad, sino por la búsqueda desenfrenada de rentabilidad inmediata. En palabras claras: no importa si la gente tiene trabajo o si los salarios alcanzan para vivir, lo que importa es que las gráficas suban.
¿Cómo funcionan las bolsas?
El funcionamiento de las bolsas sigue unas reglas muy claras, aunque envueltas en un lenguaje críptico que apenas entiende casi nadie. Los precios de las acciones suben o bajan según la oferta y la demanda. Si muchos quieren comprar una acción, el precio sube; si muchos quieren venderla, baja.
Sin embargo, esto no es un juego limpio. Los grandes fondos de inversión, bancos y especuladores manejan una enorme cantidad de capital que les permite influir en los precios, creando olas de optimismo o pánico que arrastran a todos. Es como si en una mesa de póker uno de los jugadores pudiera barajar las cartas a su antojo.
Además, los rumores y las expectativas juegan un papel fundamental. Como quedó claro en el texto base que nos sirve de punto de partida, bastó un simple rumor sobre un posible aplazamiento de los aranceles de Trump para que los mercados oscilaran como una veleta en medio del vendaval.
El colapso actual: ¿Qué fue lo que lo provocó?
El actual colapso estrepitoso de las bolsas no es un accidente. Tiene nombres y apellidos. Todo comenzó con la guerra comercial desatada por Donald Trump, que convirtió la economía global en un campo de batalla arancelaria.
Al aumentar los aranceles, Trump encareció las importaciones, lo que afecta tanto a consumidores como a productores. Los inversores, temiendo una ralentización del comercio mundial, comenzaron a deshacerse de sus acciones.
Por si fuera poco, la Reserva Federal de Estados Unidos, que debería actuar como un dique de contención, parece llegar siempre tarde. Aunque hay expectativas de que recorten los tipos de interés para frenar la sangría, las medidas no han sido suficientes para calmar el pánico.
Este episodio demuestra una vez más cómo las políticas económicas que benefician a una minoría (los grandes propietarios del capital financiero) terminan afectando a toda la sociedad. Los inversores buscan rentabilidad inmediata, y cualquier amenaza a sus beneficios se traduce en movimientos bruscos que desestabilizan la economía global.
¿Cómo nos afecta esto a los ciudadanos de a pie?
Aquí viene la pregunta crucial: ¿Qué significa todo este follón para quienes no tenemos ni una acción en Wall Street que las bolsas se desplomen?
Primero, el encarecimiento de los créditos. Si los bancos perciben que la situación es inestable, endurecen las condiciones para prestar dinero. Empresas pequeñas, autónomos y familias que dependen de créditos para su vivienda o negocios se verán directamente golpeadas.
Segundo, la destrucción de empleo. Las grandes empresas que cotizan en bolsa suelen reaccionar ante las caídas despidiendo trabajadores para mantener sus beneficios. No es una excepción, es la norma.
Tercero, la devaluación de las pensiones y ahorros. Muchos fondos de pensiones están invertidos en acciones. Cuando estas caen, el valor de esos fondos se reduce, y quienes dependen de ellos ven disminuir su ya escasa seguridad económica.
Y por último, el aumento de la precariedad global. Una caída bursátil arrastra a toda la economía hacia una contracción general. Menos inversiones, menos crecimiento, más despidos, salarios estancados y recortes de servicios públicos.
Un sistema enfermo que solo se cura cambiando las reglas del juego
La volatilidad de las bolsas no es un fenómeno natural, sino el reflejo de un sistema basado en la acumulación privada de riqueza a costa de la mayoría. Esta lógica, que antepone el beneficio privado a las necesidades colectivas, convierte a las bolsas en un termómetro enfermizo que indica la fiebre del capital, pero no la salud de la sociedad.
La lección que nos deja este episodio es clara: mientras el poder de decisión sobre la economía siga en manos de una minoría cuyo único interés es la rentabilidad, las crisis serán recurrentes y las víctimas serán siempre las mismas: los trabajadores, los pequeños ahorradores y las capas populares de la sociedad.
0 Comentarios